lunes, 20 de diciembre de 2010

La verdad sobre las elecciones presidenciales (y las de cualquier tipo)

¿Han escuchado ustedes alguna vez el término gobernabilidad? Se parece a otros vocablos de nuestra lengua, tales como flexibilidad, visibilidad, confiabilidad... ¿Verdad? Claro. Todos estos términos comparten un mismo sufijo de origen latino: -bilidad, que, en resumidas cuentas, significa posible de. Si no lo creen, probemos: flexibilidad: cualidad de lo que puede doblarse; visibilidad, cualidad de lo que puede verse; confiabilidad, cualidad de aquel en quien uno puede confiar. ¿Estamos de acuerdo?

Como podrán darse cuenta, gobernabilidad significa, desde su propia morfología, cualidad del país o pueblo que puede ser gobernado. Es más, algunos hasta se atreverían a decir que gobernable es aquella nación que es fácil de gobernar.


Algunos investigadores sostienen que la gobernabilidad depende de:
  • El fortalecimiento de la sociedad civil.
  • La evolución de la cultura política.
  • La orientación y el comportamiento de la economía.
  • La integración de nuevos sectores de la sociedad en el sistema productivo
Y, como podrán ustedes suponer, existen organismos en cada país que velan por mantener la gobernabilidad, tales como el Aparato Legislativo y Judicial, las Fuerzas del Orden, el Ministerio Público y, desde luego, el Aparato Electoral.

¿Cuál es pues la misión de nuestro Jurado Nacional de Elecciones (JNE)? Según afirman ellos mismos es garantizar la legalidad de los procesos electorales, lo cual, según la óptica particular de estos señores, contribuye a que los ciudadanos elijan mejor a sus gobernantes y se cumpla el principio de la gobernabilidad.

Si seguimos el hilo de esta lógica, podríamos concluir, entonces, que quienes ganan las elecciones son aquellos que gozan del mayor crédito popular y que, por lo tanto, son los más indicados para ocupar los altos cargos en el gobierno. El JNE garantiza que dicha elección se lleve a cabo en forma limpia, sin indicio alguno de tacha.

Pues bien, basta de teorías. ¿Alguna vez ha intentado usted postular a la Alcaldía de su distrito? ¿Alguna vez se asomó siquiera a su mente el sueño de ser Presidente de la República? Si le preguntáramos las mismas cosas a cualquier niño de entre siete y diez años, la respuesta sería la misma: NO, PORQUE NO TENGO PLATA.
¿Triunfo del pueblo o de la oligarquía?

¿Se da cuenta, señor ciudadano? En estos tiempos, no son los más capaces,  ni  los más honestos, incluso, en algunos casos contados, ni siquiera los más populares, quienes ganan las elecciones... Son los que cuentan con dinero. Detrás de cada candidato hay decenas de miles de dólares de inversión, la mayor parte de la cual se traduce en impactante publicidad. ¿Para qué necesitaría publicidad alguien que, de por sí, ya se conoce como capaz, honesto y popular? Eso sería como invertir millones en dar a conocer el sabor dulce de la Coca Cola o el estrepitoso sonido del canto del gallo.

Esos insignes personajes que aparecen sonriéndonos en las pautas publicitarias no son, pues, el ramillete de hombres ejemplares que todos creemos. Son figuras promocionadas por el dinero y la publicidad y que, una vez encumbrados en el poder, deberán devolver todos y cada uno de los favores prestados.

Porque, no me van a decir que un empresario -cuyo sueldo fluctúa entre los 10 mil y los 25 mil dólares mensuales-  o un funcionario público -que gana entre 5 mil y 15 mil soles mensuales- puede solventar una campaña de más de 100 mil soles -en caso la meta sea alguna alcaldía distrital-, o de un millón de dólares -en caso el objetivo sea la Presidencia de la República-.

Es así que la ruleta de candidatos que aparecen en la cédula de votación no son más que títeres creados por el poder del dinero y la ambición de poder de ciertos sectores influyentes de la sociedad. Aquí no interesa cuán limpio sea el proceso electoral, no señores. Lo que debería llamarnos la atención es que nos hacen creer que la camarilla de peleles que conforman el abanico de opciones es el sector más representativo del país, CUANDO NO LO ES, NI DE LEJOS.

¿Cuántos periodos necesita el señor Toledo para concretar sus propuestas?
Entonces, llevado por la seducción de la propaganda, creyendo que ese rostro lo representa a usted y a los intereses de su comunidad, usted elige a uno. Y cuando llega al sillón presidencial, usted se da con la sorpresa de que empiezan a aparecer los casos de corrupción con fuga de caudales incluidos. ¿Si o no, señor García? ¿Usted cree que nos hemos olvidado del famoso escándalo del Banco de Materiales?

Ahí es cuando se desatan las protestas airadas de la población, harta de ver cómo sus esperanzas son defraudadas. Pero el Estado necesita gobernabilidad para llevar adelante "sus nobles intereses". Entonces, desata con furia la acción violenta de las "fuerzas del orden", las cuales solo han ganado una guerra en toda su historia: la guerra contra los propios peruanos.

Y así se suceden los distintos gobiernos que han morado en la Casa de Pizarro: defraudando y coactando la insurgencia social, mientras se aseguran la devolución de todos los favores económicos y, desde luego, alguito más.

¿Cuándo esclarecerá el caso Comunicore, señor Castañeda?
Así funciona nuestra gobernabilidad, queridos amigos. Y usted, que es un devoto de los comicios electorales, a sabiendas de esta triste historia que se repite y repite una y otra vez, concurrirá este 10 de abril a depositar su granito de arena para garantizar la gobernabilidad del país.

¿Cómo se siente luego de leer estas líneas? Puede escribir sus impresiones, si así lo desea. A mí me ha hecho mucho bien esa terapia.

Duerme mi pluma, por un rato.

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