jueves, 9 de diciembre de 2010

Las cinco puntas de lanza de Mario en la Academia Sueca

Cinco puntos claves llaman la atención del discurso Elogio de la lectura y la ficción, dado por Mario Vargas Llosa este miércoles en Suecia, durante las actividades previas al recibimiento del Premio Nobel de Literatura -y no Premio Nobel de la Paz en Literatura, como diría por ahí el excelentísimo filósofo de gobierno Alejandro Toledo-.

El primero es dejar en claro el tema de su nacionalidad. Textualmente, esbozó: Creo que vivir tanto tiempo fuera de mi país ha fortalecido más bien aquellos vínculos. Al Perú yo lo llevo en mis entrañas, porque en él nací, crecí y me formé y viví aquellas experiencias de niñez y juventud que modelaron mi personalidad, fraguaron mi vocación y porque allí amé, odié, sufrí y soñé. A mí me enorgullece ser heredero de las culturas prehispánicas..


Acto seguido pasó a elogiar a España, como la mensajera de las culturas clásicas  en nuestra patria y la dadora del castellano.

El segundo es acerca de sus amigos y familiares que lo rodean: El Perú es Patricia, la prima de naricita respingada y carácter indomable, con la que tuve la fortuna de casarme -aquí se le quebró la voz y le sobrevino un llanto contenido- hace 45 años. (Ella) es tan generosa que, hasta cuando cree que me riñe, me hace el mejor de los elogios: Mario, para lo único que tú sirves es para escribir. 

Fue el momento más emotivo del discurso. Mario tomó un largo sorbo de agua, se enjugó las lágrimas con un pañuelo blanco y, acto seguido, invitó: volvamos a la literatura.

Un discurso cargado de un mensaje cosmopolita y liberal
En seguida, como tercer punto clave, se dedicó a subrayar que la literatura es una falsación de la realidad, pero que nos ayuda a tolerarla mejor. Dijo: (...) Un mundo sin literatura sería un mundo sin sueños ni ideales, ni desacatos, un mundo de autómatas privados de lo que hace que un ser humano sea de veras humano: la capacidad de mudarse en otro y en otros, modelados con la arcilla de nuestros sueños. La literatura introduce en nuestros espíritus la inconformidad y la rebeldía que están detrás de todas las hazañas que han contribuido a disminuir la violencia en las relaciones humanas. A disminuir la violencia, no a acabar con ella. Porque la nuestra será siempre, por fortuna, una historia inconclusa.  Por eso, tenemos que seguir soñando, leyendo y escribiendo. La más eficaz manera que hayamos encontrado de aliviar nuestra condición perecedera, de derrotar a la carcoma del tiempo y de convertir lo imposible en posible. 

La literatura sería, entonces, algo así como la torre de marfil o el tubo de escape de la civilización.

Vale destacar, como cuarta punta de lanza del discurso, las influencias que tuvo a lo largo de su carrera: Flaubert me enseñó que el talento es una disciplina tenaz y una larga paciencia. Faulkner, que es la forma -la escritura y la estructura- lo que engrandece o empobrece los temas. Martorell, Cervantes, Dickens, Balzac, Tolstoi, Conrad, Thomas Mann, que el número y la ambición son tan importantes en una novela como la destreza estilística y la estrategia narrativa. Sartre, que las palabras son, actos y que una novela, una obra de teatro, un ensayo, comprometidos con la actualidad y las mejores opciones, pueden cambiar el curso de la historia. Camus y Orwell, que una literatura desprovista de moral es inhumana y Malraux que el heroísmo y la épica cabían en la actualidad tanto como en el tiempo de los argonautas, la Odisea y la Ilíada.

¿Y qué aprendiste de Huamán Poma de Ayala, el Inca Garcilaso, Chocano, Prada o Heraud?

La quinta punta de lanza, que se diluye en ráfagas constantes a lo largo de su discurso, es ese ligero intento de reconciliación con aquella parte de su pasado que le venía haciendo sombra hace ya muchos años: en un tramo del discurso, admitió a García Márquez como una de sus lecturas predilectas durante su estancia en París. En otro momento, trajo a colación la idea de peruanidad de José María Arguedas: El Perú es el país de todas las sangres. No creo que haya un modo mejor de definirlo, dijo Vargas Llosa. Citó a César Vallejo, cuando se refirío al hecho de que en Latinoamérica todavía hay muchísimo qué hacer. Hasta llegó a admitir que fue marxista y que rompió con esta doctrina debido a su apego por las ideas de Raymond Aron, Jean-Francois Revel, Isaiah Berlin y Karl Popper.

Yo te entiendo, Mario. Lo que tú quieres decirnos es que eres un cosmopolita buena onda que te refugias en la literatura porque esa democracia liberal que defiendes en tus textos es incapaz de modelar un mundo tan perfecto como aquel que sueñas cuando escribes tus novelas.

Eso sí, el mérito, nadie te lo quita.

Guardo la pluma.

El momento cumbre que los peruanos tuvimos que compartir con los españoles

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