martes, 5 de octubre de 2010

Jon y la nostalgia de los ochentas

29 de setiembre. Salí como todos los días de la oficina, a las 5 de la tarde, pero no para ir a casa. Jon y yo teníamos una pequeña plática. Una tertulia postergada por más de veinte años, sabrán ustedes.

Y es que la primera noticia que tuve de Jon y los suyos fue la portada de un LP medio viejo, allá por el año 1986, en la que aparecía un melenudo Jon con unos pantalones estilo cebra jugando con el parante de un micrófono. Por entonces, Jon tenía tan solo 24 años y ya conocía el sabor de la gloria.


En aquellos tiempos, yo no alcanzaba ni los diez años y aún dudaba si de grande sería filósofo o astronauta. Pero ya andaba familiarizado con los acordes de Livin' on a prayer o Runaway. Y es que crecí en un hogar rockero y es dificilísimo sacarse eso de las venas.

Jon Bon Jovi, cuando empezaba a saborear la gloria
Pues bien, aquella tarde, me dirigí, ya maduro, a ver a Jon, 24 años después de nuestro primer encuentro.

En el campo de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos había una enorme muchedumbre compuesta, en su mayoría, por niños y niñas que nada tenían que hacer allí, excepto gastar un poco de dinero para después alardear entre sus amigos. Otros, en cambio, teníamos una cita histórica con una parte entrañable de nuestras vidas.

En eso, Jon saltó al escenario. Ya no tiene esa larga melena, ni le quedan muchos ánimos como para jugar con el parante del micrófono. Pero aun tiene esa cara de conejo longevo: tez blanca y ojillos hundidos color verde. Su voz es la de siempre, pero dura menos. Por eso, después que descargara unos siete u ocho éxitos, le humedad de Lima le jugó una mala pasada (yo sé perfectamente cómo son esos trotes, pues a veces la pego de cantante). Pero esa potencia que le faltó a sus pulmones la suplió una ráfaga inesperada que vino de su corazón yanqui. Sacó fuerzas de flaqueza y pudo cerrar la pelea, débilmente, pero con dignidad, como los viejos gallos.

Dos décadas después, Jon sigue sorprendiéndonos con su voz
Después, le imaginé caminando por el pasillo final, no hacia su camerino, pues sé que suele abordar su limosina de inmediato y repetirle a su chofer: to my house. Sé que no me vio entre la muchedumbre. Pero sabía de mi presencia. Lo pude adivinar cuando al perderse su mirada en la multitud, tras una breve pausa, dijo: its good to be here.

Sigue recorriendo el mundo Jon. Por mi parte, yo no pienso despegarte de esa vieja portada de un LP.

Gracias por leer.

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