Allá por 1985, un esmirriado Axl Rose reunía a lo mejorcito del hard rock californiano de la época bajo la marca paraguas de Guns N roses.
La banda era una mixtura de estilos: un Axl de estilo más funk, con gorrita, licras ajustadísimas (a lo Jagger), tatuajes y esa voz ronca de gárgara de vidrio molido. Al lado, Slash, el típico holgazán doméstico, con el cabello esponjado y crespo (nido de pájaro), botas vaqueras y un cigarrillo sobresaliendo de la bembaza tiesa y casi reventada de smog. Luego Duff, espigado y fofo como el nerd de la escuela que ha devenido en punk. Y, finalmente, Steve Adler, el jovencito que sueña con ser una estrella de rock; el tipo que desaloja el auto de papá de la cochera para practicar horas y horas con la batería hasta hacer estallar los oídos de los vecinos.
Quién diría que esta banda advenediza llegaría a vender a lo largo de su corta historia musical 46 millones de discos en los Estados Unidos y al rededor de 110 millones a lo largo y ancho del planeta. Desde el punto de vista de la complejidad musical de sus producciones y del talento innegable de cada uno de los miembros que pasaron alguna vez por la banda, estas cifras suenan con justicia. Desde el lado de la heterogeneidad de estilos y hasta de intereses que mediaba entre sus integrantes, los números quedan enormemente grandes.
Y ahora, un hermafrodita (que a varios nos recuerda al Axl Rose de los ochentas), su hermano gemelo y otros amigos, forman Tokio Hotel, la banda del momento. Nunca antes habíamos visto una banda alemana con tanto revuelo. Además -sería una canallada negarlo- la banda sabe muy bien lo que hace y lo hace bien: acordes exactos, cambios de ritmo, experimentación, buena puesta en escena: eso es Tokio Hotel.
Si dejamos de lado Monsoon -una metáfora amorosa con sabor a tormenta japonesa- tendríamos que destacar (y no "rescatar", como diría el resto) Ich bin nicht ich, Final Day, Love is dead, Tokio Drift y Automatic.
Ver un póster de la banda es como ver a un corrillo de infantes disfrazados de manera distinta. Bill Kaulitz, con el nido de pájaro reventado, mirada profunda y cuerpecillo de torero desnutrido; Tom Kaulitz, más hip hopero, Georg Listing y Gustav Schafer, más conservadores.
Me pregunto si el espíritu de los Guns se ha reencarnado en esta nueva generación teutona que volteó la página negra del holocausto y que viene insertándose peligrosamente en lo más alto del mercado musical. ¿Llegarán a acariciar estos jóvenes de Magdeburgo los 110 millones de copias? Al menos empezaron muy bien el largo camino.
Gracias por leer.
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